Era como arañar una superficie de hierro. Estaba ahí, conmigo, pero yo no podía causarle ningún efecto. Podía hablarle durante horas sin recibir ningún tipo de respuesta y tenía la capacidad de arroparme con su calor o absorber todo mi frío cuando el sol le hacía brillar.
(Y yo no tenía intención de moverme.
Una vez hube llegado lo último que quería era largarme.)
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