El paso del tiempo me atrapa.
Hay una lanza de un metal finísimo
que me atraviesa los puntos clave
de un solo tirón. Zas, cuerpo sólido
agrietado y roto. Muro débil.
El paso del tiempo es una lanza
de un metal finísimo y brillante.
Una arma bellísima y ancestral,
reluciente, fría, afilada, letal.
Zas, me rompo
y me doblego.
Me recojo en mi dolor
y me agarro a la lanza;
y, del ardor, al metal
adherida queda mi piel.
La arena se va y la ley de vida
algún día va a dejar de amenazarme.
Mis manos sin tacto no podrán detenerla.
El paso del tiempo es una losa
que he ignorado durante mis
veinticuatro y pico vueltas al sol,
que no comprendía y que no era ajena,
que la cargamos todes desde la concepción.
Es el único destino que existe,
la única magia tangible y oscura,
para la cual jamás nada ni nadie
va a estar mínimamente preparade.
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