14/4/15

El temblor inmortal

Etérea esa bocanada de aire fugaz
ante el anhelo incomprensible fue,
como doliente escupir esos versos
que de sesos sin mordaza caen
al punzante crepitar del vacío es.

Y es que ser un temblor inmortal es
un desfiladero de garras hirientes,
un sendero tóxico sin varitas ni sueños,
equivocarse de forma permanente,
derretirse en un vacío de espacios y cuerpos.

Y no,
yo no,
jamás.
No puedo
parar
de repetirlo.
Yo no valgo,
yo no merezco.
No,
yo no.
Nada es para mí.
Nada
solamente
para mí.

Y el agua que se había convertido en hielo se evaporó de repente,
perdiéndome una vez más entre todas las motas de polvo, las más débiles y podridas,
las que jamás encontraron camino de vuelta
porque no había destino al que la capacidad de volver le pudiera llegar.


La única forma de combatir al dolor intrínseco de las aspiraciones oxigenadas con sabor a saber es arrancarse los pensamientos de forma salvaje.
Y desangrarse.
Y aunque el pecho pese y no se pueda respirar, gritarlo todo (bien flojito para que ni quien más atentx esté logre conectarse).
Y asfixiarse.

Aunque también cabe que sea la única forma porque no conozco otra.
Quizás me gustan las cicatrices.
Quizás solo porque creo que me hacen diferente.

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