-SUBTÍTULO-
la inversión de los roles
o cómo perder los dientes
en el mismo canto de la misma acera
La redención se alejó y se llevó casi todas las maletas,
No sé si no lo sabéis (aún),
pero en mis cajones guardo todas las madrigueras,
y el rescate me robó (algunas de) las salidas de emergencia,
mis maniobras de escapismo, tríptico de casualidades.
Péndulo triangular, me golpeas entre vaivenes,
entre trenes y entre-meses,
entre las conexiones que estableces.
Y no hay nada que a mí me dé co[a]lor,
que cuando empiezo a echar raíces se me arranca.
Parásito encarnado.
Seré el naranja, al final.
Tendrán razón todas las teorías,
que este triazul se inició con un salto
y acabó tres años después.
{Los colores complementarios se repelen,
de su unión nada más que neutralidad,
imprecisión, indefinición, ambigüidad,
descondición, contraindicación, caducidad.}
No hay órganos en mi carcasa,
solo el miedo y la carne viva
de las tristes tiradas torpes
con las que la tríada arrancó mi piel.
Solo queda el miedo.
El temor es un demonio que se alimenta de mis colores
y yo lo invoco por no poder evitar el doble vínculo,
del pánico a que absorba el verde, el grisáceo, el rosa o el rojo,
del miedo a que el horror huela todo lo que le temo
y regrese a descuajar mis articulaciones una vez más.
{Y me ahogo solo al pensar que lila y amarillo se complementan.}
Y expiró ya mi tiempo de este invento,
la balanza se la llevó la camiseta de Bowie
y el mismo tatuaje que decora mi cuello.
Se acabaron los intentos.
Solo quedan conclusiones tan [des]esperadas
como ser consciente de todos los trasplantes,
de la sangre que se dispersa y me vacía,
que solo hay una cosa peor que una despedida:
la ausencia de sus brazos inertes.
*Inmaculada decepción es una canción preciosa de Zahara.