8/10/12

Todas y cada una de las pecas de su cuerpo comenzaron a abrasarle ferozmente. Quemaban como los recuerdos, como sus utópicas e irreales fantasías, que imaginaba en soledad cuando su alma se fugaba. Ardían con tanta fuerza sus manchas que perdió parcialmente la visión de sus ojos (los rojos dominaban su mirada), que sus articulaciones chirriaban, que de su espalda emergieron alas. Unas alas ficticias, rotas y desintegradas. Como los espejos de su salón. Unas alas que no podían volar.

Lentamente, notó como sus lunares empezaban a cavar en su piel. Sintió como el fuego se abría paso por su cuerpo formando túneles interminables, como sus venas (de humo y de palabras), o mucho más extensos e infinitos. Dolía. Se revolvía internamente por entre la verdura de ese suelo fresco y áspero. No podía a penas respirar. Los tubos de fuego obstruían sus bronquios y solamente podía inhalar vacíos. El dolor hacía que su respiración la ahogara, y estaba sola en medio de ese paisaje desesperadamente bucólico.

Pero yacía inmóvil en el suelo. Sufriendo con rostro indiferente, cerrando los ojos intensamente para frenar el agua salada.

En un arrebato, se levantó bruscamente de la hierba y, con movimientos toscos, torpes, comenzó a quitarse la ropa, a arañarse coléricamente, con una desmedida exasperación. Se arrancó esos pedazos de tela que parecían enganchados a su piel con hercúleas raíces.

Un silencio colmado de gritos ahogados en su no respirar observaba la escena con reticencia. Contemplaba como la soledad de la chica se hincaba en su piel, combustiones de miedo que formaban túneles (galerías y galerías de desamparo), bolas de fuego iracundo en sus pecas.

Pronto el temor se apoderó de ella con vesania, y pudo vislumbrar un lago pese a su roja ceguera. Y se puso a correr furiosamente, y no cayó ninguna vez, y el dolor crecía y crecía, y el viento se filtraba por sus túneles avivando las llamas del vacío y se hundió en el agua.

Chof.

·

El agua, agujas heladísimas, poco a poco empezó a filtrarse por todos y cada una de sus mazmorras (cuevas de ahogo y llanto), disolviendo cada trazo de agonía, hinchiendo el vacío de frío y silenciando todos los incendios. Y unas branquias aparecieron en su cuello, unos cortes profundos y largos que comenzaron a respirar con el afán de la primera vez. Y, después de tantísimo tiempo, sintió paz. Notó esa tranquilidad anhelada a cada maniobra de escapismo, a cada huida frustrada.

Y nadó hacia dentro, buceó hasta las profundidades del estanque hacia su libertad, allí donde su alma podría volar y no estar sola.

Y no lo estuvo.

Y no volvió jamás.


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(texto para un concurso literario)

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