23/9/12

Ha vuelto. Esta mañana ha sido como un puñal. Miles de garras sedientas estrujando mi esternón con fuerza, ahí entre la barriga y el pecho, y no pude respirar. Ni dormir. Ni pensar. ¿Y si mis maniobras de escapismo ya no funcionan? ¿Y si ya no puedo escapar con la mente? ¿Y si realmente no hay nada ahí fuera para mí? ¿Y si la vida es tan solo un gigantesco vacío? ¿Y sí...?

Tengo tantísimo miedo... De mí, de no saber huir de aquí, del miedo mismo y de su bífida y hedienta lengua, de la gente, de las miradas. Y me escondo. Y no aprendo. La soledad me engulle y la lista de las personas a las que he decepcionado en las últimas horas es infinita. Llevo incrustado en mi ser el gen de la decepción, suelo producir ese efecto en los demás.
Y un terrible pánico me succiona hasta el interior de mi bucle otra vez.
Y me duele el pecho.
Y no puedo ni llorar.
Ni respirar.
Ni pensar.

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Quizás la vida sea eso. Un enorme vacío lleno de almas náufragas errantes del que la ausencia y la soledad intentan apartarme.

Tiene cojones la cosa, joder.

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