27/12/14

Doscientos temblores contienen todo el desorden.

Este ambiente me recuerda lo triste que me pongo cuando el frío aprieta. Los dedos de los pies aúllan sin parar y las montañas han perdido el color -son mis ojos (la miel de la mentira se aloja en ellos). La sal se desliza hasta las comisuras de mis sueños, donde la realidad no es palpable y me volatilizo.

Jamás he parado de huir,
buscando siempre una luna
(perdidita pero firme).

El limbo es el invierno y la claustrofobia, un hielo invisible. El aire no es ni viento ni brisa, solo un vacío que produce el silencio que hace explotar mi mirada hambrienta. No hay nada más que tristeza en los surcos del hogar, y en las cañerías que lo recorren por dentro, y en el avanzar del tiempo. Mi latir es un quebranto estúpido y arraigado que tengo preso, que jamás sabré cómo dejar ir. El café se enfría sin runa lunar capaz de endulzarlo.

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