1/12/14

Un desvarío repentino.

Ah... ¡qué desvarío de golpe!
Las lágrimas se acumulan en mi nuca
y pesan,
noto cómo se acurrucan
al calor de mis vértices,
y se ocultan,
son la ponzoña naranja
que da color a la impotencia.

Ah... ¡qué delirio de imprevisto!
Cómo aprieta el dolor
sin reos.
Se agarra a las costillas desarraigadas,
su vello completamente erizado,
y pincha,
agujerea los pulmones
de los cerebros derretidos.

Ah... y qué frío tan súbito.
Pero en mi cueva no para de llover
nieve seca.

Y yo me marchito pequeñita
con el anhelo de que me diluvien
mares coloridos.
Mares impíos,
mares bravíos;
mares hambríos
de miradas que no se ausenten
del vértigo de la primera brisa.

Y el frío ya no es tan imprevisto,
siempre vuelve,
es un cristal-metal que saja mi escudo violeta
y me estrangula hasta la ceguera.

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