12/10/14

Cuento desesperado.

Sabía que amor es la palabra que resuelve el crucigrama, o eso había oído por ahí. A todo el mundo le hacía sonreír esa extraña composición de letras. En su mente tan solo sonaba como roma al revés, pero los ojos de las personas que habían resuelto sus crucigramas brillaban de una manera que llenaba el corazón y eso hizo que quisiera resolver su crucigrama también. No sabía muy bien qué era eso ni si había tenido jamás alguno, pero decidió que necesitaba encontrarlo. Recorrió valles y montes, mares que se lloraban dentro y sonrisas que se esparcían como el sol. Buscó en todos los rincones, en los vacíos y en los llenos, en las comisuras de los besos, en el interior de las miradas y en el fondo de las respiraciones. Y ni rastro del crucigrama. Estuvo buscándolo tanto tiempo que podía caminar sin zapatos y no notaba la tierra rozando la piel de sus pies. Buscó tanto, tantísimo, que acabó por perderse en esos vacíos, en los llenos, en los interiores, en las comisuras y en los fondos. En los bordes. Siempre en los límites. Buscó tanto que llegó a la conclusión de que los crucigramas son como la vida, te dan una y no es reemplazable; y su crucigrama lo había perdido años y años atrás, lejos, muy lejos, en un lugar tan o más lejano que donde van a parar los olvidos.

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