Las cartas estaban sobre la mesa
y tú corriste a esconderte debajo.
De la mesa, de las cartas,
de mí.
Y yo ya
no sabía si esa habitación era un armario
o un enero en la playa*;
pero mis colmillos agonizaban sedientos
ante tu protectiva negativa
(aunque con o sin ella una víctima
moriría desangrada
por mi culpa).
Y mis dudas perennes
se quedaron a vivir en invierno,
como siempre,
esperando el deshielo*.
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