Cuando los pilares están, se nota. Me sostienen,
mantienen mi equilibrio,
hacen que no sepan a guiso mis momentos de delirio.
Que hay que mantener cerca aquelles
que proporcionan aliento,
alejar las sanguijuelas y las cáscaras vacías.
Aprender no significa perder el miedo.
Rectificar para poder afrontarlo de nuevo.
El miedo siempre vuelve,
el miedo jamás desaparece;
sólo cambia el color de las paredes,
el temblor de mis piernas.
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